miércoles, 21 de mayo de 2008

Historia de un adios

Había neblina esta mañana y era tan densa que sinceramente, no sé si llegué montado sobre una nube o sobre un camino. O tal vez nunca sabré si de verás llegué y si había un camino. Quizás se lo comió la tirsteza...

¿A dónde estas mirando Mengana, ahora que ya no me miras y adónde caminas si ya no caminas a mi lado y qué escuchas si ya no puedes escucharme y quién eres si ya comienzas a dejar de ser y quién soy yo si ya estoy perdiendo el rostro, y quiénes somos ambos. Por fin, si ya se pasó la hora en que podíamos vernos y amarnos y dónde quedaron nuestras sombras ahora que sólo somos sombras y traspasamos el umbral y dejamos de ser los que fuimos y comenzamos a convertirnos en sombras?
Así como así, del aire al aire, te hago estas preguntas aunque hayas perdido el rostro que usabas para mí desde el días previo a la creación de los rostros y las luces.
Aparecete de nuevo, Tú sabes cuanto te necesito...Aparécete ... tú Fulanito de siempre

Adiós Fulanito, cuando recibas esta carta ya me habré marchado, te ruego que no me busques. Para que los sueños sean sueños, es mejor que no se vuelvan a soñar.
No me pidas explicaciones. No las hay. Sólo hay palabras aquellas en las que hemos estado viviendo durante todo este tiempo maravilloso. Diez días, como diez meses, como diez años, o como diez siglos. ¡Qué importa cuántos cuando se ha sido feliz!
Te repito no me pidas explicaciones. Contentate con saber que leeré tus poemas, escucharé tus canciones, veré tus películas, leeré tus libros, hasta el último día de mi vida. A veces es necesario entender que es preciso cerrar un libro. Hemos terminado de leerlo.
No hay explicaciones. No he podido hablar contigo. No he podido mirarte a los ojos.

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